En el Líbano han muerto seis soldados españoles. Han retornado sus cadáveres a las tres de la madrugada, no fuera a producirse una (improbable) explosión patriótica. El Presidente del Gobierno los recibió con cara de bilis (sentía irritación, debía fingir pena). A los muertos, les dieron una medalla con distintivo amarillo (a juego con el zapateril rostro). Habían muerto en acto de servicio; no en acto de guerra. En el Líbano, según nuestro Gobierno, no hay guerra. Pero si no hay guerra, ¿por qué mandan soldados? Que manden policías o guardias civiles. Sin embargo, envían soldados. Será por economía. Mandan soldados a Afganistán y al Líbano, mal dotados de material militar (no hay guerra) y mal dotados de material policial (son soldados).
En cambio, los etarras, que hablan más con el Gobierno que unos novios antiguos pelando la pava a través de la reja, se declaran en guerra contra el Estado español. Los socialistas no dicen que haya guerra, pero como si lo dijeran, pues unos y otros están embarcados en un proceso de paz, con mediadores internacionales y todo. Nunca se han visto beligerantes que se quisieran tanto. Por eso, el Gobierno no manda soldados a esta guerra; envía policías y guardias civiles. No van dotados de material militar (no son soldados). Además, como los contendientes están de cháchara permanente, se les encomienda prudencia y morigeración, no vayan a incordiar demasiado a los gudaris, y se acabe la plática. Unas mangueras antidisturbios y algunos extintores, y ya vale. Como se ve, todo muy congruente.
Dado que la palabra cobardía tiene un significado inevitablemente peyorativo, Zapatero y los suyos le llaman pacifismo. Basta un quid pro quo verbal para que el vicio se convierta en virtud. Estos demagogos, en lugar de elevar a las masas a la dignidad de la virtud, alientan el vicio, fuente nutricia de su poder. En su periódica encuesta a los lectores, el diario El Mundo ha preguntado si el Gobierno debe retirar las tropas del Líbano. Atendido el número de respuestas, la pregunta no inquieta mucho (es natural, los muertos son pocos y la mitad inmigrantes latinoamericanos). Pero, entre los que contestan, el 48% las retirarían. La opinión española no ve relación entre lo que pasa en Irak, Afganistán y Oriente Medio y lo que ha pasado, pasa o puede pasar en España. Y los políticos partidarios del compromiso apenas han hecho esfuerzos para mostrársela (si quedase alguno, le sugeriría que aprovechase la conocida frase de Martin Niemöller sobre las funestas consecuencias de la insolidaridad ante el despotismo; nunca se repetirá bastante).
Lo siento por los lectores partidarios de la retirada, pero Zapatero no les hará caso. No porque tenga un mínimo de valor o dignidad, que ni el uno ni la otra conoce, sino porque toda su política está basada en la rendición permanente. Nunca admitirá que hay guerra en Afganistán o en el Líbano. No le duelen las víctimas por humanidad o patriotismo; le duelen como un cólico hepático. No somos los Estados Unidos; afortunadamente pocos soldados españoles mueren en escenarios bélicos. En consecuencia, el presidente del Gobierno debería haber hecho una declaración formal de condolencia y de vindicación patriótica. No es agradable, pero peor ha sido para los muertos. Podría dirigirse al pueblo por la televisión pública o, al menos, acudir a los medios de PRISA, que tanto le quieren y a quienes tanto quiere. O podría, más institucionalmente, hacerlo en el Congreso de Diputados.
No hizo ni una cosa ni otra. Hubieron de pasar varios días para que, obligado por la visita del presidente del Líbano, amagase lo que el dirigente de cualquier país del mundo habría hecho antes y con más convicción. Hubieron de pasar varios días para que, en el trámite de preguntas al Gobierno (ese trámite que en la Cámara de los Comunes sirve para que los diputados pregunten por el mal funcionamiento de la estafeta de correos y cuestiones similares), se viera obligado a hacer un pronunciamiento. Si Rajoy no le hubiese preguntado, ni huella parlamentaria habría quedado de la muerte de los seis soldados.